miércoles, 12 de junio de 2013

LUCEROS Y PRANES, DRAMA CARCELARIO EN VENEZUELA

Hay noticias que no dejan de sorprendernos y una de ellas, es la insólita recaptura de Héctor Guerrero Flores de 26 años, alias “El Niño Guerrero” que ha llamado la atención de los venezolanos estos últimos días. Es detenido en Barquisimeto en el mes de mayo ocultando su verdadera identidad y portando una falsa, formaba parte de una banda roba quintas, se le incauta un arma de fuego y drogas, pero es solo hasta la semana pasada que las pruebas dactiloscópicas del CICPC determinan que se trataba del Pran de Tocorón, fugado desde el 2 de septiembre del año pasado, el personaje burló al CICPC durante 21 días de una manera estratégica propia de un mafioso gansteril de los años 30. 

Es así como los ciudadanos conocemos la situación de nuestras cárceles y como funciona la administración de justicia en nuestro país. Se supone que el propósito de una prisión es el de privar de libertad al reo, como castigo o sanción por la comisión de un hecho delictivo, es decir, por la falta cometida, pero siempre con el horizonte puesto en lograr finalmente su reinserción en la sociedad, una vez cumplida su sentencia. 

Para los reos en Venezuela, muy por el contrario, resulta un reto sobrevivir a la cárcel. Es allí donde se convierten en expertos, se incorporan en la vida delictiva, como en una autentica universidad o un centro de adiestramiento para el delito; es así como se pasan a ser primero luceros, que son una especie de asistentes del jefe, se encargan de recolectar los fondos y entregarlos, entre otras tareas. Luego pasan a ser Pranes, que son los jefes de la delincuencia organizada en la prisión, mantienen el control de los internos, sometiendo a todos a sus directrices y ordenes, bajo la mirada complaciente de quienes son designados por el Gobierno para dirigir los centros de reclusión. 

Se genera entonces un sistema social formal particular, donde se poseen y definen roles, valores y sanciones, configurándose así códigos de conducta que marcan el comportamiento entre reclusos, como consecuencia, la prisión pasa a tener en sí misma, un efecto persuasivo aterrador mucho más que la pena formal, además de constituirse en una doble penalización para el interno. 

Nuestras cárceles se han convertido en una industria con una economía muy lucrativa alrededor de los reos quienes deben pagar por todo, una colchoneta, protección, armas y drogas por decir lo menos. La alarmante cantidad de muertes anuales de internos por riñas o problemas dentro del penal, acusa que lo que existe allí es una lucha por subsistir, donde aquel que no tiene dinero probablemente muere porque no tendrá lo básico, como comer o dormir. 


Dos elementos coadyuvan adicionalmente a que esta situación se mantenga en el tiempo, uno el retardo judicial, personas detenidas por haber cometido presuntamente un delito permanecen recluidas en centros penitenciarios durante largos períodos de tiempo, a la espera de un juicio, procesados sin sentencia; el otro el hacinamiento, recintos penitenciarios que parecen depósitos infernales de seres humanos en situación de alerta permanente, intentando salvarse de aquello a como de lugar, las mas de las veces, a través de la violencia. 

Es fundamental darle un viraje a esta nefasta situación carcelaria, urge la construcción de centros penitenciarios dignos que cumplan con su función y permitan a los reclusos estudiar, formarse, aprender un oficio o trabajar, convertirlos en verdaderos centros de aprendizaje formal para lograr finalmente la tan ansiada reinserción en la sociedad una vez cumplida la condena. Se hace indispensable construir cárceles donde se haga deporte y se mejore la condición humana de aquellos que por alguna circunstancia de la vida, se vieron obligados a delinquir. 


Pero al parecer el Gobierno no tiene la voluntad política para generar ese cambio, muchos centros de reclusión han sido demolidos, sin ser sustituidos por otros, de nada ha servido el clamor o las lágrimas de madres y familiares de reclusos, quienes solicitan mejores condiciones, un trato humanitario y digno. No basta reconocer que existe un alarmante patrón de violencia en nuestros centros penitenciarios, reconocerlo y no tomar cartas en el asunto, es por demás una actitud absoluta y francamente irresponsable que demuestra a todas luces la incapacidad de quienes llevan las riendas de la situación carcelaria y la falta de interés a los fines de encontrar una solución a corto plazo a este drama que padece nuestro país. 


MARIA AUXILIADORA DUBUC 
Concejal de Baruta 
@Mauxi1

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